ACTIVIDAD II
ADAPTACIÓN DE UN CUENTO
Se
trata de una adaptación del cuento “Todo tipo de pieles” para los niños del
tercer ciclo de Primaria.
Cosas que he mantenido:
§ El legado de
la madre a su hija.
§ Las promesas
en el lecho de muerte.
§ La rebeldía
ante un matrimonio no deseado y huir de ello.
§ La atracción
por un joven de buena posición.
Cosas que he cambiado:
§ Gente de la
nobleza por personajes de clase social media.
§ Al final no
siempre la princesa se casa con el príncipe.
§ Los regalos
de la madre.
§ Su oficio.
De cocinera a jardinera.
§ El abrigo
por la estatua de chocolate.
Adaptación de un cuento: Entre rosas y chocolate.
Este cuento,
como todos los cuentos, comienza con aquella frase de ERASE UNA VEZ…
En un pueblecito de la sierra
madrileña vivía Don Aurelio con su esposa Doña Gimena, era una pareja muy
feliz, se amaban mucho y la suerte les sonreía.
Tenían una
preciosa casa con un jardín enorme que Dª Gimena cuidaba con esmero, sobre todo
los rosales que eran sus plantas favoritas, los tenía de todos los colores y
clases y a ellos dedicaba gran parte de su tiempo. Don Aurelio era el
propietario de una fábrica de exquisitos chocolates y turrones que hacían las
delicias de todo el país y que había heredado de su padre.
Los dos eran
muy queridos por todos los vecinos de la villa pues eran alegres, simpáticos y
generosos con todos ellos. Sólo enturbiaba su felicidad el que después de
muchos años de matrimonio no habían tenido ningún hijo y Don Aurelio lo deseaba
ardientemente, pues quería tener uno al que dejar su maravillosa fábrica.
Un día, una
anciana del lugar, que todos tenían por muy sabia, preparó para Doña Gimena una
especie de pócima con hierbas que solo élla conocía y le prometió que si la
bebía un día de luna llena quedaría embarazada.
Como por arte de magia así sucedió y
después de nueve largos meses nació una preciosa niña a la que sus padres
pusieron de nombre “Deseada”, celebrando una gran fiesta para que todo el
pueblo participara de su inmensa alegría. Poco duró esta felicidad pues Doña Gimena
enfermó gravemente cuando su hija contaba pocos meses. Por más esfuerzos que
hacían doctores y curanderos, Doña Gimena no mejoraba y veía su muerte cada vez
más próxima. Por tal motivo llamó un día a su marido y le dijo:
- Se que mi
final está muy cerca esposo mío, pero no quiero que estés triste pues he sido
muy dichosa a tu lado, solo espero que quieras y cuides de nuestra hija como lo
has hecho conmigo. También deseo que cuides de mis rosales en los que he
empleado tanto tiempo y de los que me siento tan orgullosa y que cuando Deseada
tenga edad suficiente sea ella quien lo haga y con las mismas herramientas que
yo siempre he utilizado.
Don Aurelio
prometió a su esposa que así lo haría y las herramientas de Doña Gimena fueron
depositadas en un arcón que sería entregado a la niña junto con una carta de su
madre.
Después de
la muerte de Doña Gimena, Don Aurelio se sumió en una profunda depresión,
olvidando lo que había prometido a su esposa. Abandonó el cuidado del jardín y
de los queridos rosales de Doña Gimena, dejándolo completamente abandonado.
También descuidó su espléndida fábrica de chocolates, pero sobre todo se
olvidaba de su querida hija.
Deseada iba
creciendo casi sin que Don Aurelio se diese cuenta y se convirtió en una niña
tan encantadora que consiguió que su padre volviera a recobrar su alegría y fue
entonces cuando él recordó la promesa que había hecho a su esposa en su lecho
de muerte. Buscó el arcón donde había guardado las herramientas de jardín de
Doña Gimena y le hizo entrega de ellas a Deseada, así como de la carta que le
había dejado su madre. En la carta Doña Gimena contaba a su hija lo que la había
querido y siempre la querría y le explicaba su gran amor por las plantas y
sobre todo por los rosales y que esperaba que los cuidara como ella los había
cuidado. Pronto aquel jardín volvió a ser el de antes y volvieron a florecer en
él las rosas de Doña Gimena.
Pero Don
Aurelio estaba preocupado, él era cada vez más mayor y Deseada no mostraba
ningún interés por su fábrica de chocolates y turrones, sólo le interesaban las
rosas y el jardín. Entonces pensó que lo mejor sería casarla con su maestro
chocolatero, un joven apuesto, serio y sobre todo muy formal y así conseguiría
que aquella espléndida fábrica no se perdiese para siempre. Así se lo propuso a
Deseada y ésta aunque pensaba que con sus diecisiete años no tenía edad para
casarse, por no enojar a su padre, aceptó la proposición con una condición,
pensando que el maestro chocolatero no podría cumplirla:
- Como me
gustan tanto las rosas y en honor a mi difunta madre, quiero que como regalo de
pedida consigas para mí jardín un rosal cuyas rosas sean de colores diferentes,
unas rojas, otras rosas, otras amarillas, azules…
Rodrigo,
pues así se llamaba el maestro chocolatero, pensó que aquello sería imposible,
pero estaba tan enamorado de Deseada que haría cualquier cosa para complacerla
y hacerla su esposa. Viajó por distintos países del mundo peguntando y
consultando con los mejores jardineros y expertos, pero después de muchos meses
volvió desesperado porque no había conseguido el rosal que Deseada le había
pedido. Entonces alguien le habló de aquella sabia anciana que había conseguido
que Don Aurelio y Doña Gimena tuvieran una hija y fue a consultarla. Aquella
anciana volvió a preparar una gran pócima con hierbas que ella solo conocía y
le dijo al joven que en las noches de luna llena rociara todos los rosales con
aquella pócima y a la mañana siguiente todas las rosas del mismo rosal serían
de diferentes colores. Rodrigo así lo hizo y como por arte de magia sucedió lo
que la anciana había dicho.
Cuando
Deseada vio aquel jardín con todos los rosales en flor y de tantos colores
quedó tan sorprendida y emocionada que no sabía si reír o llorar, pues si
aquello era maravilloso y una prueba de amor, seguía pensando que era demasiado
joven para casarse.
A partir de
entonces Rodrigo se dedicó a hacer feliz a su amada y pronto le pidió que se
casara con él y señalara día para la boda. Deseada no tuvo más remedio que
aceptar pero también puso una condición:
- Como eres
tan buen maestro chocolatero y como prueba de amor, quiero que para el día de
nuestra boda hagas una estatua de chocolate de mí a tamaño natural, la cual
estará hueca y deberá quedar instalada en la terraza la noche antes de nuestra
boda.
Así lo hizo Rodrigo
y la estatua de una belleza extraordinaria que demostraba su gran amor por
Deseada, como ella misma tuvo que reconocer, quedó instalada en la gran terraza
la noche antes de la boda.
Esa noche,
Deseada, que seguía sin intención de casarse, cogió las herramientas de jardín
de su madre, salió a la terraza y llegó hasta la estatua de chocolate. Como era
hueca, se metió dentro de ella y huyó al bosque. Corrió y corrió y corrió,
hasta que rendida por el cansancio y el peso que llevaba se quedó dormida junto
a un árbol.
A la mañana
siguiente despertó aterrorizada pues todos los animales del bosque estaban a su
alrededor lamiendo y mordiendo el chocolate de la estatua donde ella se
encontraba metida. Suerte que por allí pasaba un joven a caballo que iba de
cacería y logró rescatarla, llevándola a la gran mansión donde vivía con sus
padres. Cuando Deseada se recuperó y comentó sus grandes dotes como jardinera
los padres del apuesto joven que la había rescatado la pidieron que se
encargara de su jardín. Ella aceptó y se entregó de lleno a la tarea. Con el
paso de los días fue encontrándose cada vez más atraída por aquel joven y
siempre ponía en su habitación un gran ramo de rosas de las que ella cultivaba,
hasta que un día comprobó que todas las rosas que ella le llevaba al día
siguiente estaban destrozadas en la basura.
Deseada
entonces empezó a recordar a aquel maestro chocolatero, Rodrigo, que tanto amor
había demostrado por ella y por su afición a las rosas. Y una noche de luna
llena cogió las herramientas de su madre, cortó las mejores rosas del jardín y
se dirigió a la casa de Rodrigo, el cual estaba sumido en una profunda tristeza
por la desaparición de su amada. Deseada depositó las herramientas en la puerta
de la casa y luego fue dejando rosas, haciendo un camino, hasta la terraza de
la casa de su padre donde tiempo atrás Rodrigo había instalado aquella
magnífica estatua de chocolate de su persona y allí se sentó a esperar a que él
llegara. No tuvo que esperar mucho pues Rodrigo enseguida comprendió que
Deseada había vuelto y que le había marcado el camino para llegar hasta ella.
Cuando se
encontraron no hicieron falta palabras entre ellos y en muy, muy, muy poquito
tiempo se celebró la boda más fastuosa que os podáis imaginar.
Y, como en
todos los cuentos, vivieron felices y comieron… chocolate.
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